A finales del siglo XIX, la morgue existía para que los amigos y familiares de los muertos pudieran identificar los cadáveres anónimos, pero pocos visitantes acudían con la intención de buscar a una persona desaparecida. Tenían un único objetivo: ver de cerca a los muertos. Cuanto más espantosa o misteriosa era la muerte de una persona, más turistas acudían a ver su cadáver.
Por ejemplo, en 1895, un diario francés informó de que el cadáver de un niño de 18 meses había sido sacado del río Sena. Al día siguiente, cuando encontraron a una niña de tres años en el río, el periódico preguntó: “¿Son hermanas?” En respuesta, los lugareños corrieron a la morgue con la esperanza de especular por sí mismos. La multitud creció hasta tal punto que la ciudad envió agentes de policía para mantener la paz.
En agosto de 1886, cuando los parisinos abrieron el periódico Le Journal Illustré y leyeron el artículo de portada sobre una niña de cuatro años encontrada muerta con un único y misterioso moratón en la mano, Enfant de la Rue du Vert-Bois, supieron lo que tenían que hacer. Uno a uno, los lectores del periódico corrieron a la Morgue de París, donde se abrieron paso a empujones hasta la Sala de Exposiciones. Allí, detrás del cristal, estaba el cuerpo de la niña, posando con un vestido diminuto.
El espectáculo era sobrecogedor. Y todos querían verlo con sus propios ojos. El 5 de agosto, pocos días después de la publicación del periódico, la multitud que se agolpaba frente a la morgue había crecido tanto que se extendió hasta la calle. El tráfico se detuvo. Los parisinos estaban tan ansiosos por entrar que a menudo se producían peleas. Según un periódico de la época, “la muchedumbre se abalanza sobre las puertas con gritos salvajes; se pisotean sombreros caídos, se rompen sombrillas y paraguas, y ayer cayeron enfermas mujeres medio asfixiadas”. En ese momento, más de 150.000 personas habían visitado la Morgue para ver Enfant de la Rue du Vert-Bois. Sin embargo, tal afluencia masiva no era inusual. Aunque el caso del Enfant de la Rue du Vert-Bois la llevó a nuevas cotas, la Morgue de París recibía con frecuencia hordas de visitantes. De hecho, a finales del siglo XIX, la Morgue se había convertido en una de las atracciones turísticas más populares de la ciudad. Cada vez que los periódicos informaban sobre un desconocido decapitado o un tronco ensangrentado expuesto, decenas de miles de personas acudían a la Morgue para verlo.
En un relato de 1885 para The Crimson, un escritor estadounidense describía así una visita a la morgue: “Los hombres se apiñan y se dan codazos unos a otros; las viejas brujas señalan hacia el cristal y se graznan unas a otras; las mujeres guapas contemplan con rostros blancos de compasión, pero con una avidez no menos sedienta, algún espectáculo fascinante; los niños pequeños son sostenidos en brazos fuertes para que ellos también puedan ver la cosa espantosa, y la ven, y levantan sus pequeños y vacilantes brazos y cacarean alegremente.”
Aunque otras morgues atraían a turistas, ninguna rivalizaba con la de París. Esto era intencionado: cuando se reconstruyó la Morgue de París en 1864, los urbanistas la diseñaron para atraer al mayor número de visitantes posible con la esperanza de acelerar la identificación de los cadáveres. La nueva morgue no sólo estaba situada detrás de la catedral de Notre-Dame, en el corazón de la ciudad, sino que el edificio permanecía abierto desde el amanecer hasta el anochecer siete días a la semana, mucho más que cualquier otra morgue importante de la época.
Incluso el diseño interior de la Morgue resultaba atractivo. En la sala de exposiciones, que podía albergar hasta 50 visitantes a la vez, dos hileras de cadáveres yacían sobre losas de roca detrás de ventanas de cristal. Los trabajadores de la morgue colocaban la ropa de los cadáveres en perchas junto a los cuerpos. En los primeros años, un grifo en el techo dejaba caer agua fría sobre los cadáveres para ralentizar la descomposición; en 1882 se sustituyó por un sistema de refrigeración.