La noche del 14 al 15 de abril de 1931, el rey Alfonso XIII partió de Madrid hacia Cartagena al volante de su coche Duesenberg y desde allí se embarcó hacia Marsella en el crucero Príncipe Alfonso de la Armada Española para trasladarse posteriormente a París.
Su familia partió en tren desde Aranjuez a la mañana siguiente. Tras él se proclamó la Segunda República y el Gobierno provisional asumió el poder. Como cuenta el historiador Gabriel Cardona en su obra “Alfonso XIII, el rey de las espadas” (Planeta, 2005), desde París la Familia Real tuvo que trasladarse rápidamente a Fontainebleau por cuestiones económicas y por la presión del Gobierno francés, de carácter republicano.
Alfonso XIII no había abdicado, ni renunciado a la Corona, sólo había suspendido sus prerrogativas. “Soy y seré mientras viva el Rey de España”, dijo en el exterior. El Rey permaneció en esa primera etapa de exilio durante largos periodos en Irlanda y viajó a Australia, Egipto e India. Acabó separándose de la reina Victoria Eugenia que se instaló primero en Inglaterra, visitó Estados Unidos y sólo volvería una vez más a España, justo en el bautizo del actual rey Don Felipe.
Comenzó a buscar la forma de volver a España, cuestión que nunca consiguió, ni siquiera de forma puntual. El Rey de España no abandonó la idea de restaurar la Monarquía, pero tampoco se pudo demostrar que alentara el golpe de Estado de 1936 contra la Segunda República.
El heredero al trono, Alfonso, que era hemofílico, fue enviado a un sanatorio en Lausana para intentar curar la enfermedad. Aunque el Rey nunca se planteó incapacitarlo, el Príncipe de Asturias renunció a sus derechos al trono en 1933, dos años después de la proclamación de la Segunda República Española, para casarse con Edelmira Sampedro y Robato, una cubana de origen español que no pertenecía a ninguna familia real. Matrimonio al que se opuso Alfonso XIII.
Diez días después de la renuncia voluntaria, el siguiente hijo, el infante Jaime, que era sordomudo, también renunció por las presiones de su padre y su círculo íntimo. Don Juan, el tercero, se convirtió en el nuevo Príncipe de Asturias.
El heredero
La proclamación de la Segunda República sorprendió a Don Juan de Borbón navegando hacia Gibraltar en su formación como guardiamarina. Según explica Luis María Anson en “Don Juan” (Plaza & Janes), el joven se compró ropa de paisano y se quitó el uniforme antes de embarcarse hacia Roma y, desde allí, a París.
En el exilio, Alfonso XIII reclamó al rey Jorge V que permitiera a su hijo ingresar en la Escuela Naval de Dartmouth, la academia más exigente del mundo, para continuar su carrera militar. “Soporté 124 latigazos en nuevos meses”, diría tiempo después el hijo del Monarca, no sin reconocer que “mi honor español se rebeló la primera vez y al final le di un puñetazo al que me dio los latigazos”. La benevolencia del segundo comandante y su arrepentimiento le salvaron de la expulsión.
Durante un viaje naval, Don Juan recibió en 1934 la noticia de la renuncia de sus hermanos. Dudó durante ocho días sobre si aceptar la responsabilidad, pero al final lo hizo por sentido del deber, aunque en ese momento el trono era sólo un camino de lágrimas. En Malta, el Rey le entregó la placa que le acreditaba como heredero español. Con el proceso de radicalización de la Segunda República, él y su padre vieron en la figura de José Sanjurjo, muerto a las primeras de cambio, al soldado que iba a restaurar la Monarquía en España.
Don Juan mostró su apoyo al bando encabezado por Francisco Franco durante la Guerra Civil e incluso intentó unirse a sus filas. Alfonso XIII y su hijo vieron el resto del conflicto en Roma asombrados por la brutalidad mostrada. Poco a poco fueron conscientes de que Franco sólo era leal a sí mismo y que las peticiones de Franco para que Alfonso XIII abdicara como paso previo a la recuperación de la Monarquía eran, únicamente, una estrategia para sembrar la discordia entre padre e hijo.
Alfonso había decidido instalarse definitivamente en Roma en 1933, primero en la “Villa Titta Ruffo” y luego en el Gran Hotel, por el buen clima de la ciudad, la cercanía de los monárquicos y las facilidades fiscales. Un año después vivió una nueva tragedia familiar, cuando en el verano de 1934 su hijo menor, el infante Gonzalo, que estudiaba para ingeniero agrónomo, sufrió un accidente de coche con su hermana Beatriz en la región austriaca del Tirol. El accidente le costó la vida.
No por consejo del dictador, sino por sus problemas médicos, Alfonso XIII dimitió finalmente como jefe de la Casa Real de España el 15 de enero de 1941 (justo un mes antes de su muerte). De este modo, Don Juan dejó de ser un Príncipe en el exilio para convertirse en un pretendiente al trono en el exilio. El 8 de marzo tomaría como título la dignidad de Conde de Barcelona, propia de los Reyes de España. Ante el vestigio de la historia que había sido Alfonso, Franco vio en su hijo una verdadera amenaza para su poder.
Aunque para Alfonso XIII apenas tuvo efecto, el estallido de la Segunda Guerra Mundial sí golpeó a la mayoría de las monarquías reinantes y exiliadas en Europa. La reina Victoria Eugenia, establecida en Inglaterra, fue invitada a abandonar el país y se trasladó a Lausana (Suiza), donde estableció su residencia definitiva en el palacio “Ville Fontaine”.
A finales de 1942, el Conde de Barcelona declaró por primera vez públicamente su aspiración a ocupar el trono de España. Lo hizo sabiendo que las posibilidades de éxito de su causa pasaban por una victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Por ello, el Conde de Barcelona pasó de la Roma de Mussolini a la Inglaterra de Churchill, que estaba dispuesto a apoyar un ataque a las Islas Canarias en caso de que España entrara en la Segunda Guerra Mundial. El objetivo habría sido establecer un gobierno paralelo en Canarias con Don Juan como Rey. De Inglaterra se trasladó a Suiza, concretamente a Lausana, donde vivía su madre la reina Victoria Eugenia. Allí alquiló una pequeña villa, Les Rocailles, cerca de Vieille Fontaine.
Don Juan encontró un aliado en Allen Dulles, director de la Agencia de Contrainteligencia de Estados Unidos, mientras Churchill ordenaba a la diplomacia e inteligencia británicas que le proporcionaran información semanal. Inglaterra confiaba en aquel hombre formado en su academia naval. En 1943, Churchill y Roosevelt se reunieron en Quebec, donde exigieron a Franco la repatriación total de la División Azul desplegada en el frente oriental y el cese del envío de wolframio a Alemania. Además, los dos líderes decidieron que el sustituto del dictador debía ser Don Juan.
Es en ese momento cuando Don Juan intenta trasladarse a Portugal para asistir de cerca a la caída de Franco una vez finalizado el conflicto mundial. Sin embargo, las maniobras diplomáticas de Franco hicieron imposible que el Infante pisara tierras portuguesas. La supervivencia del dictador, en cualquier caso, pendía de un hilo.
Queriendo demostrar su compromiso con los aliados, Don Juan participó como miliciano en una operación de suministro para la resistencia italiana. A principios de 1944, sin embargo, quedó claro que los aliados no iban a invadir directamente la península, porque de hecho Josep Stalin se negaba a que el país permaneciera en la órbita británica. Prefería que la caída de Franco fuera orquestada por grupos de izquierda y no que, como quería Churchill, fueran los monárquicos quienes asumieran el poder. “La política es así y no debemos desanimarnos, pero sin duda han sacudido un palo que nos servirá para recordar el oportunismo de Gran Bretaña”, escribió don Juan a uno de sus asesores cercanos el 29 de mayo de ese año.
La guerra fría impide la restauración
En la conferencia de Yalta, el asunto español fue una anécdota menor. El principal avance fue conseguir que Stalin aceptara mantenerse al margen y sólo hacer referencia al gobierno republicano, que permaneció en el exilio. El padre de Don Juan Carlos mantuvo vivas las esperanzas de recibir ayuda internacional.
De momento, a cambio de restaurar la monarquía, que debía convocar elecciones libres a su regreso, los aliados exigieron a don Juan que hiciera un manifiesto contra el régimen y a favor de recuperar un estado democrático. Una lluvia de telegramas llegó a la residencia suiza del conde de Barcelona tras el manifiesto de Lausana, con un amplio eco internacional pero que ningún periódico, ni siquiera el monárquico ABC, pudo publicar.
El régimen de Franco quedaría aislado internacionalmente varias décadas después de la guerra, pero se salvaría contra todo pronóstico. Entre otras cosas porque Truman, sucesor del difunto Roosevelt, temía que al establecer una monarquía débil en España el país se exponía a la llegada de un nuevo Frente Popular al gobierno una vez establecidas las elecciones libres. Temía, en definitiva, que Stalin ganara con la caída de Franco.
En una extraña maniobra, el dictador ofreció al final de la Segunda Guerra Mundial una residencia fija en Madrid a Don Juan, así como el tratamiento de Príncipe de Asturias. Éste rechazó la oferta, al igual que el coche pagado por el régimen que le esperaba a su llegada a Portugal. Sin calcular aún que los nuevos vientos internacionales le iban a condenar a un largo exilio, Don Juan viajó entonces a Portugal para instalarse en Estoril y hacer su entrada en España más pronto que tarde “Villa Bel Ver” sería la primera residencia de toda la familia y, ya en 1949, se trasladarían a “Villa Giralda”.
La aristocracia e incluso otros linajes europeos convirtieron Estoril en una corte española en el extranjero, siempre envuelta en una cierta austeridad dada la compleja situación de la Familia Real. Desde allí Don Juan vería con asombro cómo la comunidad internacional dejaba a Franco perpetuarse en el poder. Sin la tutela británica, tuvo que negociar directamente con el dictador para restaurar algún día la monarquía en España.